¿Quién hace el espectáculo?



Siempre que empiezo un espectáculo me enfrento a una apasionante lucha entre lo que yo quiero y lo que el espectáculo me pide. Creo que le pasa a mucha gente y quien lo haya vivido me entenderá. Tú puedes esforzarte en que un muñeco salga malvado y cruel, que si él no quiere no será así. Puedes pretender hacer un espectáculo cañero y chispeante, que si la obra necesita ser suave y delicada, así será. O te quedará un churro, claro.
Este diálogo entre creador y creación me apasiona y me fascina. Pequeñeces ha sido, para mí, el caso más claro. Cuando lo hicimos, tanto Gerardo como yo teníamos sendos hijos que por aquel entonces tenían dos años. Para realizar el montaje ya teníamos previstas varias escenas de la vida cotidiana: la comida, el llanto inconsolable, el pañal, el juego... Pero se nos ocurrían muchas más que, guiados por un espíritu innato de reivindiación social, pretendíamos meter como fuera. Escenas sobre las guarderías y los tremendos problemas de plazas que había; sobre la educación y los métodos de enseñanza; sobre los autobuses que no dejaban subir los carros abiertos; sobre todas aquellas cosas, en definitiva, que nos indignaban en relación al trato que el Estado y la sociedad daba a los niños. Y había unas cuantas, os lo puedo asegurar.
Pero no pudo ser. Pequeñeces era Pequeñeces, tenía su personalidad bien definida, sus objetivos claros y y una innata capacidad de decisión. Todas esas escenas sociopedagogicoreivindicativas que intentábamos meter con calzador fueron cayendo en los ensayos. Escenas con una profesora de guardería hecha con un babi, una percha y una pizarra; con un autobús de cartón.... todas fueron desapareciendo ante la evidencia de que la obra estaba mejor sin ellas. Así nació un espectáculo muy tierno, amable, también muy divertido y, sobre todo, muy entrañable. Al final fue el espectáculo el que se hizo a sí mismo. Nosotros proponíamos y él decidía.
Como debe ser.

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